Linda tuvo cinco pequeñas maravillas peluditas. Encontré en mis manos cinco cachorritos adorables, torpes y diminutos, y una madre orgullosa y sana. Todo había salido bien, Linda se ocupaba de sus crías, y yo me ocupaba de ella.
Apalabré la adopción de cuatro de los bebés, pero como es natural no di a los cachorros de inmediato. Tenían que destetarse primero, algo que muchas personas que han tenido crías imprevistas no saben. También debía ocuparme de sus primeros pasos en la educación… dicho de otro modo, debía socializarlos y enseñarles algunas normas básicas de convivencia.
Fue muy divertido, y un gran reto para mí. Había aprendido mucho en la ausencia de Linda, y después me había ocupado de enseñarle cosas a ella, pero seguir haciéndolo al mismo tiempo que otros cinco perritos incapaces de concentrarse… ¡oh, eso fue increíble! Difícil, sin duda… pero muy satisfactorio.
De modo que cuando los cachorros abandonaron mi casa uno a uno, todos a manos de personas correctas a las que conocía y en las que confiaba, ya sabían relacionarse con otros animales de compañía (perros o no) y personas de todas las edades, no se asustaban ante ruidos fuertes, se dejaban bañar (y les gustaba), y sabían sentarse, esperar la comida y hacer sus necesidades en la caja de arena canina.
Lo demás, no obstante, sería tarea de los dueños. Yo me quedé con la orgullosa madre, Linda, y con el más pequeño de los cachorros, Thor, que siempre estaba entre mis pies.
Marcos Mendoza
Creador de Secretos del Adiestramiento Canino