¿Os he hablado alguna vez de esos momentos en que tu casa se convierte en un campo de minas, todo lleno de charcos de orina y heces por doquier? Bien, pues te aseguro que lo digo con conocimiento de causa.
Ahí estaba yo, saliendo de la cama la primera mañana de tener a mi cachorrita, sin haber dormido apenas después de toda una noche de ladridos y lloros.
Y adivina lo que me encuentro en el suelo en lugar de mis zapatillas.
Pues sí: una plasta de caca. ¡Qué asco! En algún momento entre cabezada y cabezada, Linda había defecado ahí, justo donde yo dejaba mis zapatillas. En defensa de mi olfato puedo decir que aquel día estaba un poco congestionado y no olía nada… hasta que mi pie aplastó esa cosa blanda y apestosa.
¿Alguna vez has oído esa cosa de que la caca de bebé (sea el animal que sea) no huele? Bien, pues huele. Mucho.
¡Te imaginarás! Cojeando y llamando a gritos fui a buscar al pequeño demonio. Claro, Linda no respondía para nada a su nombre, e ignoraba lo que esa palabra (Linda) significaba, así que cuando me vio llegar hecho una furia lloriqueó y se encogió.
¿Quién se resiste, en nombre de Dios, a un cachorrito asustado? Yo no, desde luego. Así que aunque estaba enfadado, al final suspiré y en lugar de castigarla le hice unos mimos. Me dije que acababa de llegar a casa.
Después fui a lavarme bien el pie… y el resto del cuerpo, solo por escrúpulo.
Ese día Linda comenzó a aprender que poniendo carita de arrepentimiento iba a apaciguarme cuando estuviera enfadado. ¡Ay, de haberlo sabido!
La mayor parte de los dueños enseñamos esto a nuestros perros sin darnos cuenta, ¿sabías? Por eso cuando hacen algo malo y nosotros nos enfadamos, tenemos la sensación de que se arrepienten, pero curiosamente siguen repitiéndolo. No se arrepienten, de hecho ni siquiera saben por qué estás furioso: solo sabe que si pone esa cara puede que te enfades menos con él. ¡Ah, estos perros, tan inteligentes!
Pronto un poco más sobre mi preciosa perrita.
Marcos Mendoza
Creador de Secretos del Adiestramiento Canino