Las protectoras están llenas de situaciones en que atrapar a un perro callejero fue una tarea titánica. Son pobres criaturas atemorizadas que huyen del contacto humano, que escapan, ladran, aullan e incluso atacan al sentirse acorraladas, solo porque no conocen otra cosa.
Estas historias te rompen el corazón, pero no son las únicas.
A veces, solo a veces, los voluntarios no necesitan trampas ni subterfugios para hacer el trabajo que aman: salvar perros.
Estas dos mujeres sabían que había un perro viviendo bajo un auto. Se movía poco y pasaba la mayor parte del tiempo a la sombra, lejos de las manos humanas. Si esperaba el regreso de su familia o tenía miedo de salir, eso nunca lo sabremos. Pero, naturalmente, estas personas lo prepararon todo, pusieron un cuenco con buena comida cerca del auto, y esperaron.
El perro, un animal grande, tipo pitbull, salió arrastrándose y se puso a comer. Se notaba que era consciente de la presencia de las humanas, y no se molestaba por ello. Una de ellas sacó la correa, se acercó con gentileza, se la pasó por la cabeza. Y el perro —una hembra a la que llamaron Freya— se enderezó, y, en lugar de asustarse, sucedió un milagro: comenzó a sacudir la cola, componiendo esa sonrisa canina tan divertida, y se echó contra las piernas de las mujeres felizmente.
Freya sabía que eran buenas y querían ayudar. Aceptó su comida y buscó su compañía y su cariño. Una de las rescatadoras se puso a llorar al ver tal muestra de confianza y afecto. La acariciaron, le dieron golosinas, la dejaron acomodarse un rato, y después la llevaron a casa. Bañaron a Freya, y para cuando terminaron, aquella misma noche, ya tenían el mensaje de una amiga que había seguido el rescate desde el principio, y decía: hay algo en sus ojos.
En cuestión de días, Freya, después de meses bajo un auto, tenía casa y familia.
Marcos Mendoza
PD: Si quieres conocer más historias como esta, no dudes en pasarte por mi página.