Los marines americanos estaban en Afganistán, en una de las zonas más conflictivas de la guerra en el 2010, cuando vieron a Fred. Era poco más que un cachorro, estaba sucio y desnutrido, y era evidente que nunca había conocido el amor humano. Craig, uno de los soldados, se compadeció del perrito que rondaba entre los escombros, y un día se acercó a él, cuidadosamente, con un trozo de ternera en la mano.
En un primer momento, Craig estuvo a punto de dar media vuelta. El perro no parecía por la labor de dejar que nadie se le acercara. Pero entonces se miraron, y hubo un instante de comprensión. El soldado avanzó un paso, y el cachorro, con expresión relajada y la boca entreabierta, movió la cola.
Aquel fue el principio.
Fred siguió a Craig hasta los demás soldados, y se convirtió en un perro de apoyo para los marines, que sintieron un deber esencial de cuidarlo y protegerlo en aquel lugar, en medio de la guerra.
Todos lo adoraban, y por eso mismo hicieron cuanto pudieron por ponerlo a salvo. Y el lugar más seguro no estaba en Afganistán.
Con mucho esfuerzo y desviándose de su camino, muchas personas se implicaron para llevar a Fred hasta el aeropuerto, y de allí subirlo a un avión. En Estados Unidos, el padre y la hermana de Craig estaban esperando “el paquete”.
El marine temía que su perro no se acostumbrara a la vida doméstica, pero cuando recibió fotografías de su familia, se sintió mucho mejor. Fred estaba en la gloria. Tenía una familia, un hogar, juguetes y paseos, dormía en la cama de Craig y pasaba el tiempo con su padre.
Cuando el soldado regresó, como le sucede a muchos, se sentía ajeno a la vida que había dejado atrás… pero fue Fred el que lo ayudó a reconectar consigo mismo. Le trajo alegría, juego, optimismo, y le permitió volver a ser esa persona fuera de la guerra.
Puedes encontrar a tu mejor amigo en los lugares más insospechados. No dejes pasar la oportunidad.
Marcos Mendoza
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