Bruno recibió noticia de un pitbull que odiaba a los hombres. El perro, botado a la calle tras lo que parecía ser mucho tiempo de maltrato (tenía la boca destrozada), no podía ni ver a un hombre, aunque era muy dulce con las mujeres. La última vez que vio a un varón, un voluntario de la protectora, le destrozó la chaqueta al atacarlo. Era evidente que no quería hacer daño a nadie, solo intentaba defenderse, pero ¿quién iba a adoptar a un perro así?
Bueno, Bruno se enamoró en el acto. En parte, sabía que nadie iba a querer a este pitbull; en parte, sabía que había sufrido y merecía un buen hogar. Y no estaba solo: su mujer estaba con él en la decisión de adoptar a Atila. Así pues, lo llevaron a su casa.
Fue complicado, al principio. Bruno adoraba a ese perro, pero Atila lo rehuía, nunca lo miraba directamente, y solo buscaba la compañía de su mujer, Sharon, en la que confió desde el minuto uno. Pero Bruno no se amedrentaba. Sabía que Atila necesitaba tiempo, paciencia y amor, y estaba dispuesto a dárselo todo.
El proceso fue muy lento. El hombre se mantenía a la vista pero sin interactuar con el pitbull: respetaba su espacio pero se hacía notar, que Atila supiera que estaba ahí, y que no le iba a hacer daño. Ponía comida, estaba a la vista, nada de miradas directas, ni tampoco le hablaba. Y poco a poco el perro comenzó a estar cómodo con su presencia.
Pasaron al siguiente nivel: un lento acercamiento. En cuestión de semanas, Bruno ya podía sentarse en el sofá junto a su mujer mientras Atila recibía los mimos de Sharon. No mucho tiempo después, el hombre se sentaba junto al perro, y no pasaba nada salvo una mirada de lado, entre la sorpresa y el recelo.
A aquellas alturas, estaba claro que Atila sabía que Bruno era bueno y no le haría daño. Lo había visto acariciar a Sharon, así que sabía que era muy gentil. Todavía tenía miedo, pero la curiosidad comenzaba a tirar más fuerte, hasta que al final un día, muy tímidamente, el perro estiró el cuello y apoyó la cabeza en el hombro de Bruno, y él, muy honrado, comenzó a acariciarlo.
Habían pasado un par de meses, pero lo habían conseguido: Atila estaba en paz con un hombre, la fuente de su miedo, y comenzaba a ser un perro feliz. Como este caso hay muchos, animales asustados que necesitan un poco de paciencia y cariño para poder recuperar la confianza perdida. ¡No es imposible!
Marcos Mendoza
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