Sabemos que los perros callejeros son vulnerables a multitud de desgracias, desde un atropello, a enfermedades, peleas, parásitos… o el desalmado que pase cerca y lo quiera apedrear.
No sabemos todo lo que pasó con Mello, pero sí sabemos que cuando apareció por este barrio, su estado era bastante bueno: aunque delgadito, no tenía parásitos ni grandes heridas. Eso sí, este enorme y blandito perro evidentemente no había recibido amor y no sabía lo que era el cariño humano.
Lo encontraron de pura casualidad. Una mujer volvió de sus vacaciones y chequeó sus cámaras de seguridad, para descubrir, sorprendida, que un perro había estado durmiendo en su porche por las noches. Eso puso en alerta a los vecinos, que comenzaron a vigilar con atención, hasta que empezaron a detectar al discreto animalito, que se movía sin hacer ruido, no ladraba ni perseguía a nadie, y solo se deslizaba en los rincones y bajo los porches, posiblemente para huir del frío o del sol.
Algunos intentaron capturarlo, pero el perro estaba muy alerta con las personas, y se alejaba corriendo. No había modo… salvo para una joven con sus dos perros, un pomerania y un corgi, que los paseaba cuando se encontró con aquel enorme y gentil perro marrón. Le habló con dulzura y le ofreció unas galletas caninas, y Mello comenzó a seguirla en el paseo… y hasta su casa.
Le costó un poco que entrara en casa, pero una vez lo hizo, todo fue a mejor. El perro encontró un lugar perfecto en el baño, se hizo amigo de los otros perros, comenzó a mover la cola y dar lametones. Lo llevaron al veterinario, lo bañaron, le comenzaron a dar todo el amor posible, y cuando estuvo listo, encontraron una buena familia que le dedicara todo su amor y atención.
Este caso es el de un perro con suerte: Mello no se encontraba en un mal estado cuando encontró un hogar, y en lugar de llamar a una perrera o echarlo a patadas, los vecinos buscaron la manera de atraparlo para cuidar de él, no para hacerle daño. Por suerte, hay personas con corazón en las calles.
Marcos Mendoza
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